GRIS MECÁNICO

Eme y Lúa se levantaron aquella mañana como de costumbre. El avisador sensorial se había encargado de poner fin a la secuencia de imágenes inconexas que constituían sus sueños para introducir en sus mentes una hora de forma clara y precisa, las 6:15 a.m. Aquellas cifras rojas, brillando sobre la oscuridad de los párpados cerrados, ponían fin al periodo de descanso estipulado por el Organismo Estatal de Trabajo. 

De forma mecánica, Eme y Lúa abrieron los ojos. Sabían que disponían exactamente de treinta minutos para tomar una ducha de esencias tonificantes y un desayuno deshidratado. Así lo hicieron. 

Treinta minutos después, Eme apareció en el hall del apartamento dibujando en su cara una sonrisa amplia y apacible. Vio a Lúa junto a la puerta y se sintió afortunado por compartir su vida con una mujer como ella. La observó con detenimiento. Apoyada en la pared, las curvas de su cuerpo suavemente marcadas por el vestido rojo, su aire, nostálgico. Se acercó despacio. Ella, distraída, jugaba a perderse en la espesura de su cabello rizado. Eme le habló al oído.

-    Buenos días, cariño.
-    ¡Ah!. Buenos días. 
-    Hoy han iniciado las obras de remodelación de la línea 240, debemos coger el aerobús 58.
-    Es verdad, la radio del Instituto informó ayer del inicio de las obras. Espero que volvamos pronto a la normalidad y podamos olvidar aquel desastre.

Lúa abrió la puerta de la casa. Una atmósfera gris y densa recubría todo el ambiente,  solo algunas luces difusas conseguían dar una vaga claridad a la avenida. A lo lejos, un horizonte de neón color rojo y azul marcaba el inicio de una aerovía repleta de carteles comerciales. 

Eme y Lúa avanzaron en silencio, concentrado en ordenar mentalmente las tareas que le esperaban para ese día. La parada 58 estaba tan solo unos metros. De repente, una voz que les llamaba por sus nombres hizo a la pareja detenerse. Al girarse, pudieron distinguir entre las sombras la figura de un hombre que agitaba efusivamente su brazo hacia uno y otro lado. Eme y Lúa intercambiaron una mirada de complicidad. Era Maz, los movimientos torpes y faltos de coordinación de su pesado cuerpo le hacían inconfundible aún en la más absoluta oscuridad. 

-    ¡Hola! – Dijo Maz jadeando.
-    ¡Hola Maz¡ Veo que vienes con energías para trabajar – Señaló Eme con cierta ironía.
-    Como siempre, ya me conoces. Ni mi edad ni mi físico son impedimentos para seguir activo, lo que vale es esto – Contestó, señalando su cabeza con el dedo.   
-    Eres una reliquia que hay que conservar, Maz, eso lo sabemos todos en el Instituto.

Los labios de Eme esbozaron una sonrisa, mientras, Lúa, buscaba el brazo del fatigado anciano para avanzar agarrada fraternalmente a él. 

El doctor Maz era uno de los fundadores del primer Instituto Criobiológico del Estado. Durante años se dedicó a recoger, junto a la doctora Üls y el doctor Q, todas las muestras biológicas que sobrevivieron al Gran Desastre. Maz contaba entonces con dieciocho años. Era un joven familiarizado con el trabajo de campo y la investigación biológica. Había crecido en el Antiguo Mundo, rodeado de plantas, animales, disecciones y formol. Ese mismo año pretendía matricularse  en el primer curso de Estudios Biológicos, quería seguir los pasos de sus padres, la pareja de eminentes científicos formada por la doctora Üls y el doctor Q. 

A lo lejos, una luz blanca se acercaba velozmente rasgando en dos la neblina gris. Era el aerobús. Lúa, que había permanecido en silencio hasta entonces, avisó de la llegada del vehículo a los dos hombres. Eme, sentado en la parada junto a Maz, se levantó rápidamente para ofrecer su ayuda al anciano. La mano de Maz se aferró entonces con fuerza al brazo de su amigo con la intención de apoyarse en su juventud y fortaleza. Equilibró el peso de su cuerpo y sus piernas consiguieron responder. 

El aerobús desplegó sus puertas. Dentro, la gente permanecía callada. Parecían concentrar toda su atención en las imágenes reproducidas por la pantalla de visualización. Lúa se dejó llevar por la mirada de los otros. Observó fijamente la pantalla. Una imagen, y de repente, todos los pasajeros del aerobús desaparecieron. Se quedó sola. Una voz informando de las últimas noticias. A solas con sus recuerdos: 

“Hoy han comenzado las obras en el Km. 240 de la aerovía estatal. Las investigaciones acerca del accidente que se produjo en este punto la semana pasada siguen su curso habitual. 
...El aerobús ardiendo, un hombre en llamas intentando romper la ventanilla, gritos de dolor...
 No obstante, el encargado de Obras Civiles ha manifestado que el origen de dicho accidente pudo estar ocasionado por un fallo electrónico en el sistema central.
...Pude ser yo, olvidé la tarjeta de identificación, tres minutos, pude ser yo....
  Seguiremos informando sobre éste y otros suceso, aquí, en los informativos del canal 0.8.................Bioleit, la bebida más nutritiva y equilibrada, les desea un feliz trayecto....”

     -¡Lúa, vamos! Hemos llegado. Es la parada del Instituto. 

Eme cogió a su compañera por la cintura pero Lúa seguía inmóvil. Unas manos frías le obligaban suavemente a centrar su mirada en unos ojos pequeños y profundos 
- ¿Se puede saber qué te pasa? Olvídalo, estamos bien, eso es lo importante.

-    Pero...pude ser yo.

-    Olvídalo. Vamos a llegar tarde. ¡Maz ya estará en el laboratorio! 

Así era. Al observar la delicada situación, Maz, decidió avanzar solo hasta el Instituto para dejar que Eme pudiera borrar las pesadillas de Lúa. 

Maz conocía a la pareja desde hacía años. Los tres constituían el equipo del Departamento Vegetal del Instituto, ellos dos eran su familia. Podía decir orgulloso que conocía lo más profundo de cada uno de ellos, incluso esas pequeñas cosas que uno cree que nunca nadie llegará a descubrir. Los anhelos de Lúa, su sensibilidad, el amor infinito que le profesaba a Eme... 

Maz abrió la cámara del laboratorio y extrajo de él un recipiente de color rojo. Se puso unos guantes de látex y abrió cuidadosamente el envase. Allí estaban, entre sus dedos, esos pequeños gérmenes de vida, las únicas muestras de semillas vegetales conservadas. Maz no podía evitar sentir cierta nostalgia cada vez que realizaba esta operación. Rememoraba el pasado, ese tiempo en el que los árboles poblaban la tierra y alimentaban la atmósfera con su respiración. La vida antes del Gran Desastre ¿Cuántos cómo él la recordaban? Pocos, muy pocos, seguro. 

El sonido de los pájaros, algún pez saltando en el agua cristalina del río, un manto amarillo y rojo mecido por el suave viento del verano en la Ribera. 

La infancia en la vejez de un mundo mecánico, permanentemente a oscuras, parecía ser solo un recuerdo difuso. ¿Quién se encargará de recordarlo mañana? Pensó Maz con tristeza. Ya nada era como antes, ni siquiera Eme y Lúa.

La puerta del laboratorio se abrió. Maz, alertado por el sonido, volvió a colocar rápidamente las semillas en el recipiente como un niño asustado por saberse en posesión de un objeto prohibido. Era Eme. La sonrisa que le caracterizaba iluminando su rostro dio paso a la entrada de Lúa, que parecía totalmente restituida del suceso del aerobús, aunque algo en sus ojos le hacía parecer distinta, lejana quizás.

-    Bueno, chicos, vamos a trabajar — Dijo Maz com simpatía — Seguimos con el estudio de las fagáceas. Eme, acércame los extractos de tierra artificial. Tú, Lúa, sigue trabajando con lãs células.

     Los tres se concentraron en sus respectivos trabajos y apenas intercambiaron palabra. Estaban convencidos de que algún día sus horas de estudio y esfuerzo servirían para cambiar la realidad. Las fórmulas, los ensayos, eran solo un medio para crear un entorno real, palpable, lo más parecido posible al que un día existió. Entonces, el gris, la densa niebla, la atmósfera artificial que tuvo que construirse para evitar la radiación, no serían nunca más necesarias. Plantas y animales volverían a repoblar el planeta y los hombres podrían mirar al cielo y descubrir su color. 

Lúa se levantó de la silla y se dirigió a la máquina de café. Le dolía la espalda. Eme la miró, y justo en ese momento deseó acercarse hasta ella, abarcar con sus brazos su delicado torso y decirle que la quería, que no se preocupara, que estaría siempre con ella, que entendía cada uno de sus pensamientos, que todo volvería a ser como antes... que la quería.  Pero permaneció allí, de pie, observando al microscopio los extractos de tierra.

14:00 a.m. Una proyección en la pared del laboratorio avisaba a los trabajadores de la hora de la comida. Eme y Lúa dejaron a un lado su trabajo y avanzaron hasta la puerta. Maz permanecía sentado ante el visualizador de datos sin que su cuerpo mostrara ninguna intención de moverse de la silla. Sintiéndose observado, comunicó a la pareja que no le esperasen para comer. Quería seguir trabajando. Los dos jóvenes salieron de la habitación sin decir nada que pudiera hacerle cambiar de opinión. Era mejor no molestarle. 

Eme y Lúa caminaron a lo largo del pasillo hasta llegar al ascensor. Las puertas metálicas se abrieron. Dentro no había nadie. 

Lúa fue la primera en entrar. Se deslizó hasta el fondo del elevador y dejó que su cuerpo descansara sobre la pared de metal. Un aire denso, pesado, golpeó cada uno de sus miembros. Eme pulsó el botón que conducía a la planta –1. El elevador descendía lentamente. 
Silencio. Un  calor insoportable empezó a inundar el reducido espacio. Tercera planta y una mirada de intranquilidad. Solo cuatro plantas más, se dijo Lúa a sí misma. Hace calor. El cuerpo de Eme a escasos metros. Un suspiro agónico. No puedo escapar. Calor. Mi cabeza ha comenzado a arder. Una llama febril, abrasadora, recorre con lentitud cada una de  mis vértebras, mis brazos, cada una de mis venas, mis piernas. Respiración agitada, gotas de sudor descendiendo por la frente, miedo en los ojos. No desaparece, vuelve, vuelve vertiginosamente a recorrer el camino ya andado, me quema, me incendia, mi cuerpo en llamas, mi cabeza calcinada...    

Planta –1

Eme entró en el comedor tarareando una vieja canción. Las manos en los bolsillos y su paso firme le daban un aire relajado y seguro. Se sentó cómodamente en la silla dispuesto a saciar la necesidad impuesta por su estómago. De repente, aturdido, miró hacia uno y otro lado. Lúa no estaba junto a él. Salió rápidamente del comedor y allí, al fondo del pasillo, pudo distinguir una figura inmóvil. Era ella. Las sombras proyectadas por la luz fluorescente que iluminaba el corredor oscurecían parcialmente el rostro de Lúa, marcando con dureza cada una de sus facciones. Eme se plantó delante de ella, pidiendo una explicación con su mirada. 

-    Lo nuestro se acabó, Eme. No puedo seguir así.
-    ¿Queeé...? 
-    Lo que oyes. No sabemos cuando terminará nuestro tiempo aquí y yo ..., yo no voy a resignarme nunca más. 

Lúa se dio la vuelta y desapareció, quedando en el aire un adiós casi inapreciable.

Maz contemplaba el horizonte gris tras los ventanales del laboratorio. La mirada perdida, situada a lo lejos, en el pasado. Nunca volverá a ser como antes, pensaba. Todo ha sido una quimera. El mundo nunca volverá a tener color. El gris, el gris mecánico por siempre jamás. El hombre es así, destruye para luego reconstruir, reconstruye y luego...destruye. Es la forma inclemente de su naturaleza. 

A través del cristal una mujer vestida de rojo cruzó la explanada del aparcamiento.
Lúa, pequeña Lúa. Corre ya que tú sí puedes. No te preocupes, nada volverá a ser como antes.