GRIS MECÁNICO

Eme y Lúa se levantaron aquella mañana como de costumbre. El avisador sensorial se había encargado de poner fin a la secuencia de imágenes inconexas que constituían sus sueños para introducir en sus mentes una hora de forma clara y precisa, las 6:15 a.m. Aquellas cifras rojas, brillando sobre la oscuridad de los párpados cerrados, ponían fin al periodo de descanso estipulado por el Organismo Estatal de Trabajo. 

De forma mecánica, Eme y Lúa abrieron los ojos. Sabían que disponían exactamente de treinta minutos para tomar una ducha de esencias tonificantes y un desayuno deshidratado. Así lo hicieron. 

Treinta minutos después, Eme apareció en el hall del apartamento dibujando en su cara una sonrisa amplia y apacible. Vio a Lúa junto a la puerta y se sintió afortunado por compartir su vida con una mujer como ella. La observó con detenimiento. Apoyada en la pared, las curvas de su cuerpo suavemente marcadas por el vestido rojo, su aire, nostálgico. Se acercó despacio. Ella, distraída, jugaba a perderse en la espesura de su cabello rizado. Eme le habló al oído.

-    Buenos días, cariño.
-    ¡Ah!. Buenos días. 
-    Hoy han iniciado las obras de remodelación de la línea 240, debemos coger el aerobús 58.
-    Es verdad, la radio del Instituto informó ayer del inicio de las obras. Espero que volvamos pronto a la normalidad y podamos olvidar aquel desastre.

Lúa abrió la puerta de la casa. Una atmósfera gris y densa recubría todo el ambiente,  solo algunas luces difusas conseguían dar una vaga claridad a la avenida. A lo lejos, un horizonte de neón color rojo y azul marcaba el inicio de una aerovía repleta de carteles comerciales. 

Eme y Lúa avanzaron en silencio, concentrado en ordenar mentalmente las tareas que le esperaban para ese día. La parada 58 estaba tan solo unos metros. De repente, una voz que les llamaba por sus nombres hizo a la pareja detenerse. Al girarse, pudieron distinguir entre las sombras la figura de un hombre que agitaba efusivamente su brazo hacia uno y otro lado. Eme y Lúa intercambiaron una mirada de complicidad. Era Maz, los movimientos torpes y faltos de coordinación de su pesado cuerpo le hacían inconfundible aún en la más absoluta oscuridad. 

-    ¡Hola! – Dijo Maz jadeando.
-    ¡Hola Maz¡ Veo que vienes con energías para trabajar – Señaló Eme con cierta ironía.
-    Como siempre, ya me conoces. Ni mi edad ni mi físico son impedimentos para seguir activo, lo que vale es esto – Contestó, señalando su cabeza con el dedo.   
-    Eres una reliquia que hay que conservar, Maz, eso lo sabemos todos en el Instituto.

Los labios de Eme esbozaron una sonrisa, mientras, Lúa, buscaba el brazo del fatigado anciano para avanzar agarrada fraternalmente a él. 

El doctor Maz era uno de los fundadores del primer Instituto Criobiológico del Estado. Durante años se dedicó a recoger, junto a la doctora Üls y el doctor Q, todas las muestras biológicas que sobrevivieron al Gran Desastre. Maz contaba entonces con dieciocho años. Era un joven familiarizado con el trabajo de campo y la investigación biológica. Había crecido en el Antiguo Mundo, rodeado de plantas, animales, disecciones y formol. Ese mismo año pretendía matricularse  en el primer curso de Estudios Biológicos, quería seguir los pasos de sus padres, la pareja de eminentes científicos formada por la doctora Üls y el doctor Q. 

A lo lejos, una luz blanca se acercaba velozmente rasgando en dos la neblina gris. Era el aerobús. Lúa, que había permanecido en silencio hasta entonces, avisó de la llegada del vehículo a los dos hombres. Eme, sentado en la parada junto a Maz, se levantó rápidamente para ofrecer su ayuda al anciano. La mano de Maz se aferró entonces con fuerza al brazo de su amigo con la intención de apoyarse en su juventud y fortaleza. Equilibró el peso de su cuerpo y sus piernas consiguieron responder. 

El aerobús desplegó sus puertas. Dentro, la gente permanecía callada. Parecían concentrar toda su atención en las imágenes reproducidas por la pantalla de visualización. Lúa se dejó llevar por la mirada de los otros. Observó fijamente la pantalla. Una imagen, y de repente, todos los pasajeros del aerobús desaparecieron. Se quedó sola. Una voz informando de las últimas noticias. A solas con sus recuerdos: 

“Hoy han comenzado las obras en el Km. 240 de la aerovía estatal. Las investigaciones acerca del accidente que se produjo en este punto la semana pasada siguen su curso habitual. 
...El aerobús ardiendo, un hombre en llamas intentando romper la ventanilla, gritos de dolor...
 No obstante, el encargado de Obras Civiles ha manifestado que el origen de dicho accidente pudo estar ocasionado por un fallo electrónico en el sistema central.
...Pude ser yo, olvidé la tarjeta de identificación, tres minutos, pude ser yo....
  Seguiremos informando sobre éste y otros suceso, aquí, en los informativos del canal 0.8.................Bioleit, la bebida más nutritiva y equilibrada, les desea un feliz trayecto....”

     -¡Lúa, vamos! Hemos llegado. Es la parada del Instituto. 

Eme cogió a su compañera por la cintura pero Lúa seguía inmóvil. Unas manos frías le obligaban suavemente a centrar su mirada en unos ojos pequeños y profundos 
- ¿Se puede saber qué te pasa? Olvídalo, estamos bien, eso es lo importante.

-    Pero...pude ser yo.

-    Olvídalo. Vamos a llegar tarde. ¡Maz ya estará en el laboratorio! 

Así era. Al observar la delicada situación, Maz, decidió avanzar solo hasta el Instituto para dejar que Eme pudiera borrar las pesadillas de Lúa. 

Maz conocía a la pareja desde hacía años. Los tres constituían el equipo del Departamento Vegetal del Instituto, ellos dos eran su familia. Podía decir orgulloso que conocía lo más profundo de cada uno de ellos, incluso esas pequeñas cosas que uno cree que nunca nadie llegará a descubrir. Los anhelos de Lúa, su sensibilidad, el amor infinito que le profesaba a Eme... 

Maz abrió la cámara del laboratorio y extrajo de él un recipiente de color rojo. Se puso unos guantes de látex y abrió cuidadosamente el envase. Allí estaban, entre sus dedos, esos pequeños gérmenes de vida, las únicas muestras de semillas vegetales conservadas. Maz no podía evitar sentir cierta nostalgia cada vez que realizaba esta operación. Rememoraba el pasado, ese tiempo en el que los árboles poblaban la tierra y alimentaban la atmósfera con su respiración. La vida antes del Gran Desastre ¿Cuántos cómo él la recordaban? Pocos, muy pocos, seguro. 

El sonido de los pájaros, algún pez saltando en el agua cristalina del río, un manto amarillo y rojo mecido por el suave viento del verano en la Ribera. 

La infancia en la vejez de un mundo mecánico, permanentemente a oscuras, parecía ser solo un recuerdo difuso. ¿Quién se encargará de recordarlo mañana? Pensó Maz con tristeza. Ya nada era como antes, ni siquiera Eme y Lúa.

La puerta del laboratorio se abrió. Maz, alertado por el sonido, volvió a colocar rápidamente las semillas en el recipiente como un niño asustado por saberse en posesión de un objeto prohibido. Era Eme. La sonrisa que le caracterizaba iluminando su rostro dio paso a la entrada de Lúa, que parecía totalmente restituida del suceso del aerobús, aunque algo en sus ojos le hacía parecer distinta, lejana quizás.

-    Bueno, chicos, vamos a trabajar — Dijo Maz com simpatía — Seguimos con el estudio de las fagáceas. Eme, acércame los extractos de tierra artificial. Tú, Lúa, sigue trabajando con lãs células.

     Los tres se concentraron en sus respectivos trabajos y apenas intercambiaron palabra. Estaban convencidos de que algún día sus horas de estudio y esfuerzo servirían para cambiar la realidad. Las fórmulas, los ensayos, eran solo un medio para crear un entorno real, palpable, lo más parecido posible al que un día existió. Entonces, el gris, la densa niebla, la atmósfera artificial que tuvo que construirse para evitar la radiación, no serían nunca más necesarias. Plantas y animales volverían a repoblar el planeta y los hombres podrían mirar al cielo y descubrir su color. 

Lúa se levantó de la silla y se dirigió a la máquina de café. Le dolía la espalda. Eme la miró, y justo en ese momento deseó acercarse hasta ella, abarcar con sus brazos su delicado torso y decirle que la quería, que no se preocupara, que estaría siempre con ella, que entendía cada uno de sus pensamientos, que todo volvería a ser como antes... que la quería.  Pero permaneció allí, de pie, observando al microscopio los extractos de tierra.

14:00 a.m. Una proyección en la pared del laboratorio avisaba a los trabajadores de la hora de la comida. Eme y Lúa dejaron a un lado su trabajo y avanzaron hasta la puerta. Maz permanecía sentado ante el visualizador de datos sin que su cuerpo mostrara ninguna intención de moverse de la silla. Sintiéndose observado, comunicó a la pareja que no le esperasen para comer. Quería seguir trabajando. Los dos jóvenes salieron de la habitación sin decir nada que pudiera hacerle cambiar de opinión. Era mejor no molestarle. 

Eme y Lúa caminaron a lo largo del pasillo hasta llegar al ascensor. Las puertas metálicas se abrieron. Dentro no había nadie. 

Lúa fue la primera en entrar. Se deslizó hasta el fondo del elevador y dejó que su cuerpo descansara sobre la pared de metal. Un aire denso, pesado, golpeó cada uno de sus miembros. Eme pulsó el botón que conducía a la planta –1. El elevador descendía lentamente. 
Silencio. Un  calor insoportable empezó a inundar el reducido espacio. Tercera planta y una mirada de intranquilidad. Solo cuatro plantas más, se dijo Lúa a sí misma. Hace calor. El cuerpo de Eme a escasos metros. Un suspiro agónico. No puedo escapar. Calor. Mi cabeza ha comenzado a arder. Una llama febril, abrasadora, recorre con lentitud cada una de  mis vértebras, mis brazos, cada una de mis venas, mis piernas. Respiración agitada, gotas de sudor descendiendo por la frente, miedo en los ojos. No desaparece, vuelve, vuelve vertiginosamente a recorrer el camino ya andado, me quema, me incendia, mi cuerpo en llamas, mi cabeza calcinada...    

Planta –1

Eme entró en el comedor tarareando una vieja canción. Las manos en los bolsillos y su paso firme le daban un aire relajado y seguro. Se sentó cómodamente en la silla dispuesto a saciar la necesidad impuesta por su estómago. De repente, aturdido, miró hacia uno y otro lado. Lúa no estaba junto a él. Salió rápidamente del comedor y allí, al fondo del pasillo, pudo distinguir una figura inmóvil. Era ella. Las sombras proyectadas por la luz fluorescente que iluminaba el corredor oscurecían parcialmente el rostro de Lúa, marcando con dureza cada una de sus facciones. Eme se plantó delante de ella, pidiendo una explicación con su mirada. 

-    Lo nuestro se acabó, Eme. No puedo seguir así.
-    ¿Queeé...? 
-    Lo que oyes. No sabemos cuando terminará nuestro tiempo aquí y yo ..., yo no voy a resignarme nunca más. 

Lúa se dio la vuelta y desapareció, quedando en el aire un adiós casi inapreciable.

Maz contemplaba el horizonte gris tras los ventanales del laboratorio. La mirada perdida, situada a lo lejos, en el pasado. Nunca volverá a ser como antes, pensaba. Todo ha sido una quimera. El mundo nunca volverá a tener color. El gris, el gris mecánico por siempre jamás. El hombre es así, destruye para luego reconstruir, reconstruye y luego...destruye. Es la forma inclemente de su naturaleza. 

A través del cristal una mujer vestida de rojo cruzó la explanada del aparcamiento.
Lúa, pequeña Lúa. Corre ya que tú sí puedes. No te preocupes, nada volverá a ser como antes. 

 

Senta-te nessa cadeira, não tenhas medo, não te vou fazer mal. Não estou zangado contigo, não te preocupes. Estou apenas um pouco desiludido, não esperava isto. Não esperava que traísses a minha confiança desta maneira. Não estou chateado. Sabes o que provocaste, correcto? Pensaste nas consequências? Diz-me, pensaste? Sabias o que podia acontecer? O que iria acontecer se abrisses a boca? É importante prevermos o que podemos causar se dissermos certas coisas, se fizermos certas coisas. A isso chama-se responsabilidade e tu já és crescido. Com onze anos tens de sentir o que é a responsabilidade. Não tens desculpa, já não és uma criança. Tens idade para compreender as consequências. Tens idade para pensar por ti mesmo. Pensaste? Pensaste antes de falar com a tua mãe? Ponderaste? Colocaste em perspectiva? Hesitaste? Não estou chateado contigo, apenas desiludido. Esperava lealdade da tua parte. Sabes o que isso é? Esperava que não me traísses desta forma, que não me deixasses ser apanhado desprevenido, completamente de surpresa. Falei contigo, fui sincero contigo. Confiava cegamente em ti. Não estou chateado, mas penso que agiste mal, que fizeste a coisa errada. Não entendeste que nem sempre a verdade é o melhor caminho. Não entendeste que a mentira é necessária, tão necessária quanto a verdade. Tens uma ideia muito formatada do mundo - o bem e o mal, o certo e o errado e essas tangas que passas a vida a ouvir nas aulas, na televisão e na boca da tua mãe. Aposto que ela pressionou-te, que ela puxou por ti. Chantageou-te e cedeste. Já não tens idade para ir atrás da conversa dela, mas foste. Achaste que estavas a fazer o bem, quando estavas apenas a destruir algo bonito, algo que era muito bonito, mas que não estava bem, não estava temporariamente bem. Se tivesses acreditado em mim, em breve tudo voltaria a ser como era quando tudo estava bem. Não esperaste, foste impaciente e agora estamos os dois na merda. Não estou chateado contigo, não posso estar chateado contigo. Julgaste que estavas a fazer o bem, tomaste um partido, o partido da pessoa que achaste que estava a sofrer. Fizeste-o em consciência? É só nisso que tens de pensar. O resto é duro, mas todos nós nos habituamos. Vais ver que sim.

Não desligues, deixa-me falar contigo, espera, dá-me só uns minutos. Estás a ouvir-me? Sim? Olha, não te preocupes, não te preocupes mesmo. Tudo tem o seu fim, a vida é mesmo assim. O casamento dos teus pais já não andava bem, não podia andar. Quando conheci o teu pai, ele era um homem triste, infeliz, que não sabia o que se passava com a tua mãe. Ela faz coisas que ninguém compreende, não achas? Eu sei que ela é tua mãe, mas tens de admitir que o que ela faz é muito difícil de aguentar sem perder a cabeça. E o teu pai nunca a perdeu, sempre tratou-a muito bem. Não penses que ele fez tudo isto para a magoar. Percebes que ele sentia muita culpa? Há um fim para tudo... Ele não podia aguentar mais. Sentia-se muito sozinho. Foi por isso que nos conhecemos. Foi por ele se sentir sozinho que me encontrou, não achas? Nada acontece sem haver uma razão, entende isso. Nada acontece porque sim. A tua mãe não queria saber do teu pai, só se preocupava com as suas paranoias. O teu pai contou-me cada coisa de brandar aos céus. O que esperavas que ele fizesse? Que vivesse infeliz o resto da vida? Casa-trabalho-casa-trabalho e nem um pouco de felicidade? Era isso que querias para o teu pai? Não te preocupes, querido. Tudo vai ficar bem, confia em mim. O teu pai está muito magoado, mas vou falar com ele, vou dizer-lhe que tu és um bom menino e que não fizeste por mal. Dá-lhe um tempo, deixa-o recuperar em paz. Vais ver que ele te perdoa. Eu vou falar com ele, vou dizer-lhe para te deixar vir dormir a nossa casa sempre que quiseres. Podes vir todos os fins-de-semana. Podes vir sempre que quiseres. Faço-te um bolo. Sei que gostas muito de bolos. Ele disse-me. És guloso, tal como ele. Aposto que gostas de bolo de chocolate e noz. Aposto que vais gostar do meu bolo de chocolate e noz.

Não quero que voltes a falar com ela. Não quero saber o que ela te disse. Não quero que voltes a falar com ela. Não posso consentir que o meu filho fale com a mulher que ajudou a destruir o meu casamento. Não posso permitir isso, não tenhas ideias, tu nunca mais vais falar com ela. Ela não é tua amiga, ela faz- nos mal, percebes? Vais ignorá-la sempre que quiser falar contigo. Diz-lhe para vir falar comigo, que não tens autorização para falar com ela. Que ela fale comigo que vai ver como elas mordem. Não voltes a falar com ela, ouviste? Levanta a cabeça, não fiques assim. Só preciso que me prometas que não voltas a falar com ela. O teu pai que faça o que quiser, agora é livre para fazer o que quiser e aposto que se vai meter na casa dela. Ele não se portou bem comigo, nem contigo. Não te sintas culpado, ele é o único culpado, foi ele quem causou tudo isto. Agora somos livres. Não te sintas culpado, nunca te sintas culpado. Fizeste a coisa certa, fizeste mesmo a coisa certa. Acredita que doeu muito ouvir o que me contaste, mas estou feliz por teres contado, por teres estado ao meu lado. Agora sei que nunca me faltarás, independentemente de quem me quiser fazer mal. Isso é tão bom, não imaginas. É tão bom saber que o meu menino gosta de mim. Não chores, não vale a pena chorar, agora somos só nós, só nós dois e mais ninguém nos fará mal. Vamos ser muito unidos e assim mais ninguém nos fará mal. Ninguém me fará chorar como ele fez e não vou deixar que ninguém te faça chorar como estás a chorar agora. Ouviste? Eu sei que posso confiar em ti, eu sei que és um bom rapaz, que gostas da mãe como a mãe gosta de ti. É tão bom, não é? Abraça-me, dá-me um abraço, não chores mais, não vale a pena, vamos estar sempre juntos.

Deixa-me sair contigo

"Estou farta disto, da vida, dos cães, de ti." A esposa golpeia-me a todo o minuto com frases semelhantes a esta. Em sete anos, nunca me agarrei aos tachos, nem me mostrei romântico o suficiênte para mandar o cliché às urtigas e oferecer um ramo de flores. Passeio mal os cães. Troco as coleiras. Quanto ao meu feitio, defeitos mil. "Personalidades incompatíveis", absorvo, indisposto, que é como fico assim que ela desata a dissertar acerca do meu carácter. Procurei ajuda profissional, ajuda que me tem feito arquivar, esquecer ou superar ou agonizar com diversas fantasias do passado. Julguei que a psicoterapia fosse diferente: o indivíduo recostava-se no divã, vitimizava-se sem parança, a minha mãe isto, o meu pai aquilo, o destino mau e os amigos, nenhuns, piores, e no fim (imaginava que se chegava a um fim, que o processo não se arrastava durante anos) recebia abraços, ouvia um "coitadinho" do profissional, coitadinho que o mundo fez-te tão mal. Não desisti de encontrar um bom médico, não por culpa dela mas para lhe agradar ou mostrar que desejava ser diferente: menos egocêntrico e intolerante e o costume, o costume. Custa ouvir que podemos ser amigos, que sou doentio e paranóico. Prometer este mundo e o outro a quem sofre da mesma depressão não é bom remédio: ambicionamos possuir o universo sem esforço, sonhamos com os Estados Unidos ou com o Canadá e com impossíveis que estão à distância de um estalar de dedos. Aprendi, desconfio que deveria desaprender, que repetir sempre e nunca é típico dos depressivos. Tenho evitado o sempre e o nunca para não parecer deprimido, ou melhor, para transmitir a ideia de que, mesmo estando no poço, não me encontro tão enterrado que dele não possa sair. Ela então passa os dias nisto: tu nunca, tu sempre, tu nunca. Chegada a altura de desabafar sobre os males que nos apoquentam, ela não diz "eu", o que se torna deveras irritante. O culpado sou eu. Acreditei que era vilão, que não tinha virtudes, que deveria ser alguém muito repugnante em termos físicos. Procuro acreditar que não sou repugnante, nem feio, nem chato, nem aquele torcer de nariz ou revirar de olhos. Sou assim para ela, mulher que desejava ver-me a mudar, que me levou a tentar mudar e a compreender que para meu próprio bem deveria mudar. Evito aquele turbilhão que desemboca na vontade de suicídio: não arranjarás outra, viver sozinho é impossível, não te aguentarás. Alterar esses pensamentos para um aqui e um agora, é assim que se diz nos livros de auto-ajuda, em alguns livros, naqueles que me vêm parar à toa à algibeira. Amanhã serei diferente, o interlocutor acredita no nunca. Eu é que deveria acreditar que amanhã serei diferente, que posso mudar. Largar leis imutáveis, castigos auto-impostos. Medo da solidão e da rejeição, afirma o psicoterapeuta. Reformulo: "Você não consegue lidar com o facto de não ter podido escolher os seus pais." Você não aceita, não aceita nada. Um funeral andante.

El asco

“En la creciente oscuridad, Emma lloró hasta el fin de aquel día el suicidio de Manuel Maier, que en los antiguos días felices fue Emanuel Zunz.”
- Jorge Luis Borges, Enma Zunz
 

Las náuseas comenzaron en cuanto el hombre se le acercó. Los esfuerzos por aparentar normalidad, como si aquello lo hiciera todos los días, le revolvieron el estómago. Enseguida se arrepintió de su mala elección porque, nada más acercarse, el olor a tabaco y a ron le pareció nauseabundo. Debió elegir al muchacho joven que la miró con asombró cuando ella se le insinuó. No lo hizo porque se imaginó que aquellos ojos y el aspecto desvalido no encajarían con sus propósitos. Ahora lo lamentaba en parte, aunque enseguida apartó sus pensamientos cuando recordó el motivo que la había llevado hasta allí. Las náuseas eran reales y temía vomitar en la calle, o peor aún, en la pensión y suponía el olor que dejaría en la ya de por sí poco grata habitación que había alquilado una hora antes. Se mordía los labios como si con ese gesto pudiera contener el vómito. Además aquel hombrecillo repugnante, al que minutos antes había provocado para que se fijara en ella, murmuraba en un lenguaje soez que apenas podía imaginar que existiera.

Pero ya todo estaba en marcha, aguantaría las arcadas y llevaría el plan a término. Era un pequeño sacrificio comparado con el gran sacrificio. Era necesario que después todos la creyesen, por eso era importante el asco, el odio, la repugnancia, incluso las náuseas; sería tan real cuando ella contase su verdad que nadie pondría en duda su palabra.

Los hombres en general, excepto su padre, le inspiraban una especie de temor y asco a partes iguales. A pesar de la precocidad de sus compañeras en la fábrica y de sus propias amigas, ella a los diecinueve años continuaba siendo virgen, ni siquiera se había besado en los labios con algún muchacho. Sus amigas cuando hablaban de sus novios o sobre relaciones, nunca se molestaban en preguntar a Emma ni esperaban que ella dijese nada: nada podía contar sobre temas de esa índole, su desconocimiento unido a su desinterés la convertían en la persona más aburrida y anodina en cualquier asunto relacionado con el sexo masculino.

Cuando se encontró en el minúsculo espacio de la habitación con el hombre que ella misma había elegido, las náuseas dieron paso al vértigo. La habitación comenzó a dar vueltas. El hombre ya había empezado a desabrocharse el cinturón. Entonces Emma recordó algunas de las historias que había oído contar sobre prostitutas y venciendo la vergüenza le señaló al hombre la mesa sobre la que descansaba una palangana y una toalla. El hombre soltó una risotada que retumbó en toda la habitación y que a Emma le pareció que debió oírse al otro lado de la calle.

- Claro, claro, tengo que lavarme primero, cómo no, ¿no quieres lavarme tú?, para asegurarte de que lo hago bien –según habló, el hombre fue sujetándose los pantalones ya desabrochados, y cuando estuvo frente a la mesa se colocó dando la espalda a Emma, que sólo escuchó el chapoteo breve del agua. Al volverse hacia ella, pudo contemplar por primera vez y con horror aquello de lo que había oído contar tantas historias. Lo que pasó en la habitación los siguientes diez minutos quedó guardado en su memoria durante días.

El hombre dejó el dinero sobre la mesilla de noche y en cuanto hubo cerrado la puerta, Emma se incorporó y en un arrebato de soberbia rompió los billetes sin mirarlos. A continuación se vistió y salió a la calle. El plan seguía su curso. Su padre merecía este sacrificio, su muerte sería castigada y ella era la que iba a impartir justicia.

Llegó puntual a su cita. L. ya la esperaba, ansioso por conocer la información que la joven trabajadora se había prestado a facilitar. Cuando Emma estuvo frente a él,  el asco infinito que sentía por lo que acababa de sucederle la ayudó a sujetar el arma y descargar dos balas sobre el hombre que había causado la desgracia y posterior muerte de su padre.

Tal y como había supuesto, todos la creyeron. Su rabia, su dolor, su repugnancia, su vergüenza, todos los sentimientos fueron reales cuando contó que el gerente de la fábrica la había citado con cualquier excusa para abusar de ella y violarla, con una diferencia en la identidad y en la hora, imperceptible para todos excepto para Emma.

Los Bancos

Hay diferente tipos de bancos porque hay diferentes tipos de personas aunque, en algunas ocasiones, personas  diferentes acaban por sentarse en los mismos bancos.

Este es el caso de hoy. Estoy sentada en un banco de la plaza de St. Pieters Station y un sonido de agua retumba en mis oídos con intensidad de tormenta.

Nos alejamos, como este sonido, de los propósitos iniciales y es que los mismos bancos acaban por apoderase de los distintos tipos de personas.

Enfrente de mi banco hay un grupo de mendigos mientras una golondrina sobrevuela el sonido de mi tormenta. Mis pensamientos se dividen en dos, pájaros y mendigos. Siento lástima por no tener a mi lado ningún compañero de butaca que me explique cómo se han desarrollado las escenas que van más allá de mis bancos. Soy pensamiento paralelo de golondrina y mendigo.

Son las 16:45. Me adentro en St. Pieters Station. El andén y los pequeños detalles que le circundan. El tren se acerca humeante. Brugge, andén 12.

Los tejados sobresalen tras los muros de la estación, son de hojalata y parecen reflejar las nubes plateadas que como vapor se elevan hoy en este cielo belga. Un gato maulla. Sonrío. Esta tarde el sol luce inexplicable para que todo aquello que se atreva a ser mirada sea transformado en luz.